domingo, 18 de marzo de 2012

Palabra vocabulum: felicidad

“ningún hombre puede ser feliz si no se aprecia a sí mismo”Proverbio chino

Con una palabra de estas dimensiones es un reto empezar y eso me hace feliz.

La felicidad se ha visto estrechamente relacionada con la calidad de vida, el bienestar, la plenitud y con todo aquello que supera nuestras expectativas de existencia. Se tiene en un pedestal casi inalcanzable que ha sobrepasado todo aquello que es agradable, todo lo que nos hace sentir alegres o contentos. Como algo que solo logran los príncipes y las princesas en la última página de los cuentos infantiles, estos que se casaron y vivieron felices por siempre.

Definición universal para la palabra felicidad no existe, por esto recurro, como en anteriores ocasiones, a la raíz etimológica para encontrar su origen.

Viene del latín felix, que significa fertilidad y fecundidad y de allí se deriva felicita, que también en latín se refiere a  lo fructífero, lo prospero o abundante; de dónde la RAE la define como un estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien. Yo me atrevo a definirla como la complacencia en la posesión y comprensión de un bien (espiritual y material) dado.

Me ha parecido injusto pensar que si la felicidad o la infelicidad la experimento yo, no dependa de mi mismo. Así que empecé a comprenderla si como un estado, pero no dependiente únicamente de agentes externos, sino que más bien está profundamente establecida en el interior de cada quien, en el sentido de la comprensión que este pueda hallarle a determinado bien, más allá de saber que lo posee. Por eso cambio un poco la definición y le sumo que ese bien es dado, pues tenemos el derecho divino de experimentarlo. Pienso que los aspectos que giran alrededor de este bien (factores externos), provocan matices en la felicidad, pero por si solos, no la constituyen.

Palabras más o menos, me refiero al debate de concebir la felicidad como un fruto de lo que pasa afuera o de lo que pasa adentro de uno mismo y es cuando de pronto me encuentro con una palabra que frecuentemente visita, sino es que vive, en las moradas de la existencia: equilibrio. Quiero decir que no solo en la posesión de un bien se encuentra la felicidad, sino en la comprensión de los factores internos y externos, materiales y espirituales que lo provocan.

La felicidad es un estado integral avanzado del ser humano racional, que crea una unidad entre el espíritu y las sensaciones físicas del cuerpo, generando un sentimiento de realización material y espiritual que representa la calidad de vida más acabada y reconfortante que un ser humano puede experimentar, cual no puede nacer ni mantenerse sin dos elementos exclusivos siempre a nuestro alcance y que le dan sustento: DIOS Y EL AMOR” Amauri Castillo.

Decimos muchas veces que la felicidad no existe, entendiéndola como los momentos alegres, de risas, etc. Todos pasajeros, no la vemos sostenible en el tiempo. Es cuando pensamos que si tenemos un castillo, tantos amigos, la compañía de la vida o tantos carros o lo que sea, seremos felices. ¿Pero cuantas veces nos ha pasado que obtenemos eso que pensamos que nos hace felices, y nos damos cuenta que no nos llenó como esperábamos, o de pronto solo fue por un momento, pero ahora queremos  otra cosa “mejor”? En esa línea, José Antonio Marina define la felicidad como “armoniosa satisfacción de las dos grandes necesidades humanas: el bien estar (corporalidad) y el bien ser (espiritualidad).”


Me ha generado mucha curiosidad encontrar cada vez más personas de la costa que buscan y anhelan vivir en el interior del país por razones de oportunidades e infraestructura, y por otro lado un montón de personas del interior, sumándome, que buscamos oportunidades en la costa. Oigo y digo cosas como: sí yo viviera en tal lado sería feliz, porque éste clima es tenaz y la gente no es tan amable, etc. Pero estoy completamente seguro de que sí viviera en la costa, que lo hice hace un tiempo, poco a poco me empezaría a molestar el calor y extrañaría el portafolio de oportunidades laborales, culturales y sociales que ofrece una ciudad capital.

Por esto  la felicidad no solo está cimentada en lo externo, ni en lo material, vimos en la cita anterior que es un equilibrio entre lo espiritual y lo material. Tampoco puedo decir que si me regalan un viaje con todo pago a Grecia no me va emocionar, por que sería mentira, pero sí ese hecho no solo satisficiera  la corporalidad sino la espiritualidad, estaríamos al frente de un bien que poseemos, comprendemos y nos hace felices. ¿Cómo lo sabemos?, es algo que sólo puede y sabe hacer Dios, superar nuestras expectativas de la existencia.

“Happiness is a state of emotion, goes up & down. I prefer Joy. Joy is not something we get, it's a person (Christ) that lives inside of believers. Joy is the fruit of His spirt. Joy is a person.” Rob Sánchez, Spiritual leader, Merced California.

De esta manera resalto lo que para mí es la diferencia entre felicidad y alegría, la alegría como un estado de ánimo que puede ser provocado por comer algo rico, comprar cosas, viajar, ver una película y demás escapismos a los que acudimos por buscar sentirnos mejor, que son distractores a veces importantes para oxigenarnos; pero la felicidad como tal, trasciende a un contexto espiritual donde se experimenta la plenitud o llamada realización como seres humanos.

“Como las sensaciones que captan nuestros sentidos corporales no perciben las espirituales, para ser felices deben vincularse las unas con las otras. Para observar la diferencia entre uno y otro, ejemplarizaremos: el acto de degustar un trago de vino en solitario solo produciría satisfacción corporal mediante nuestras papilas linguales; pero al compartirlo con la persona amada, adicionamos la parte espiritual y lo convertimos en un acto feliz. Asimismo, realizar el acto sexual únicamente por satisfacer la urgencia natural produciría satisfacción corporal; pero si hacemos el amor con la persona amada, al vincular el sexo al espíritu, lo convertimos en un acto feliz” Amauri Castillo.


Con esto quiero mostrar que mi punto de vista en torno a la felicidad se fundamenta en que si bien es cierto, existen factores que nos estimulan emocionalmente a alegrarnos, pero la felicidad se encuentra de acuerdo a las elecciones que como seres humanos tomamos, teniendo en cuenta lo positivo que me brinda un bien en términos materiales y espirituales. Pero muy a menudo la buscamos afuera, como si estuviera a la vuelta de la esquina, como sí alguien nos la fuera a dar, cuando sabemos que ésta depende de nosotros y es cuando entiendo una frase de Jules Amédée Barbey d’Aurevilly, escritor y periodista frances que dice que la felicidad es el placer de los sabios.

En una conferencia de sanidad interior en Buenos Aires, una docente cuyo nombre no recuerdo decía: disfrutaríamos de la felicidad si entendiéramos que no es el otro el que me la roba cuando me mira mal, sino uno mismo cuando permite que esa hecho lo afecte negativamente, y es cuando entiendo otra frase  que dice que la felicidad no es un sentimiento, es una decisión.


“La felicidad no es el resultado de grandes momentos de éxito, sino de las cosas que nos suceden, día a día, que nos confirman que estamos en el camino correcto.”  Renuevo de plenitud

Respecto a la anterior frase citada, puedo decir que prácticamente la felicidad es el resultado óptimo de las decisiones que hemos tomado, es la recompensa. Para terminar mi alegría de escribir sobre este tema, y continuar con la decisión de ser feliz con espacios como este, quiero dejarles una cita del señor Amauri Castillo que seguro cerrará este capítulo mejor que yo.

“también podemos deducir que somos nosotros en nuestro gobierno interior quienes decidimos, al asignarle la cualidad de positivo o negativo, cual evento nos hace felices y cual no; esta última conclusión nos blinda frente a quienes pudieren desear hacernos infelices, porque nadie puede penetrar nuestro mundo interno, y esto ciertamente es un privilegio exclusivo del único ser vivo a quien Dios dotó de razón e inteligencia: EL SER HUMANO.”